La guadaña del virus ha segado la vida de un hombre profundamente bueno. Qué acierto tuvieron sus padres llamándole Justo. Pocas personas en la vida habrán honrado más, con su actuar, el nombre de nacimiento. Justo Muñoz nació hace 96 años en Villanueva de Ávila.
Trabajar y amar fueron la gasolina para avanzar en la vida. Y una profunda alegría por vivir que derrochaba como el olor de la lila en primavera. Justo fue un bastión de la Residencia Nuestra Casa de Collado Villalba, levantada por Esther Koplowitz. También el último representante del arrabelero (rabelista por otras tierras), persona que recoge la tradición musical de la comarca de la sierra: seguidillas, jotas, rondeñas y rondón.
Grabó Justo discos que son tesoro de nuestra raíz popular. Todos los viernes nos recibía con su indisimulada sonrisa en la puerta de la Residencia para saludarnos a mí y al invitado de Esther. Justo, acabada la charla, afinaba con su púa de cuerno la vieja bandurria y con una letra que improvisaba en su escritura de párvulo, dedicaba una jota castellana a cada invitado. A más de uno arrancó lágrimas este joven de 90 años, ataviado con su gorro de paisano castellano, mientras tocaba la bandurria y con esa personal voz, que le salía de las entrañas, tañía la cuerda más difícil de vibrar, la del alma.
Justo, a pesar de los hachazos de la vida, seguía teniendo la alegría de un niño e intacto el corazón sabio del castellano que asume que nuestra hora en el escenario de la vida debe ser leve y nada grave. Todos los residentes le querían. Sembró la paz donde otros labran la discordia. Tendió puentes donde otros levantan trincheras. Lo mejor de un país está en las residencias de mayores. Esa presa donde van a dar los ríos de la experiencia humana, que nuestra soberbia antes, y ahora este virus asesino, desembalsan a chorros. Y allá va la despedida, como decías en tus jotas, querido compañero: <<Basta un solo hombre justo para que el mundo merezca la pena de haberse creado>>. Ese fue Justo Muñoz.