Artículo escrito por Enrique Revuelta Lapique
La abadía de Santo Domingo de Silos se ha quedado huérfana. Hace pocos días perdió a quien fue su abad durante 24 años, nuestro entrañable y querido Dom Clemente Serna, impulsor para que el Monasterio de Silos fuera un destacado centro espiritual, religioso, artístico y cultural.
UNA VIDA DEDICADA A LOS DEMÁS
Nacido en Montorio el 27 de diciembre de 1946, ingresó en el Monasterio a la temprana edad de 13 años, asumiendo los votos de pobreza, castidad y obediencia en 1964 y siendo ordenado sacerdote en el año 1971.
Dom Clemente Serna ejerció como Abad desde 1988 hasta 2012. Falleció recientemente en el Priorato de Montserrat de Madrid, perteneciente a la Orden Benedictina, donde fue atendido con absoluto y total cariño, desde algún tiempo atrás cuando necesitaba cuidados especiales.
De carácter afable, inquieto y con una sonrisa absoluta -siempre presente- comprendió con plenitud que la vida monástica no estaba en contradicción con el natural y solidario contacto con la sociedad de nuestros días.
Dedicó una parte importante de su esfuerzo a lo largo de los años a trabajar en este sentido, siempre en concordancia plena con la vida monástica.
MIS RECUERDOS DEL ABAD
Nuestros caminos se encontraron en 1969. Fue cuando con mi querido compañero y amigo Gustavo Villapalos Salas llegamos al Monasterio por primera vez. En aquel ya lejano entonces, Dom Clemente era novicio y aún no había obviamente cantado misa.
Inmediatamente después de su primera Eucaristía casó a mi admirado y querido hermano Ramón. Fue la primera boda que Dom Clemente ofició en el Monasterio. Algún tiempo después me casó a mí y bautizó a mis dos hijas mayores.
Elegido Abad por la Comunidad del Monasterio, me nombró vicepresidente de la Asociación de Amigos de Silos.
Desde esa sensible y maravillosa posición empezamos la Rehabilitación de la Iglesia de San Francisco de Silos por mediación de las Escuelas taller, que dirigía con dinero público el arquitecto José María Pérez, conocido internacionalmente por Peridis.
En la rehabilitación se derrumbó una parte de la techumbre de San Francisco que milagrosamente no mató a nadie de los que estaban bajo le techumbre.
Para continuar las obras, sin riesgo para las personas que allí trabajaban y evitando posibles siniestros y previsibles derrumbes, se hicieron cargo de las obras de rehabilitación las hermanas Esther y Alicia Koplowitz Romero de Juseu, por mediación de la empresa de Construcción y Servicios de FCC, quienes pagaron de su bolsillo todas las obras que se realizaron para afianzar los muros y las estructuras con el fin de que pudieran continuar las obras con las Escuelas Taller, sin el temor de posibles nuevos accidentes. Don Gustavo Villapalos también pagó de su propio bolsillo la compra de los terrenos adyacentes y circundantes a San Francisco.
La última ocasión en que nos cruzamos, delante del famoso ciprés que preside el claustro románico de la Abadía, sin saber que esa sería la última ocasión en que ambos nos veríamos en plenitud de nuestros entenderes, me expresó las premonitorias palabras, con su habitual sonrisa llena de convicción: “querido Enrique: personalmente, a partir de ahora empiezo a vivir mi Eternidad en vida”. A partir de aquel entonces, ya nada fue igual.
Hoy, es un día muy triste para mí. También para todos los que tuvimos el privilegio de conocerle. Desde mi más absoluta humildad y mi devoción, le dedico estos versos de despedida y de hasta luego.
Espero que desde el Cielo nos acompañe, nos ilumine e interceda por todos nosotros, los que le amamos y tanto le quisimos.
Así sea.
D.e.P. Dom. Clemente Serna
NECROLÓGICA
Cuando duermas las tinieblas
En la tumba de piedra gris;
Sólo, en la alcoba de huesos
En cripta del Monasterio,
Te cerrará la salida
La gran losa estremecida,
Qué recortará tu aliento
En el paradedero último.
En el nicho sí habrá huesos;
Y tú en el Cielo de Vida,
En las noches con tus restos.
¿De qué te sirve la vida?
Si los muertos ya no lloran
Por tanto recogimiento.
Así sea
Artículo escrito por Enrique Revuelta Lapique en recuerdo a Dom Clemente Serna