La Real Academia Nacional de Medicina (RANM) ha distinguido a la empresaria y benefactora española Esther María Koplowitz y Romero de Juseu con la Medalla de Honor de la institución, en reconocimiento a la labor que realiza la Fundación que lleva su nombre como Socio Protector de Honor de la RANME.
Este reconocimiento se fundamenta en la destacada labor filantrópica de nuestra fundadora Esther Koplowitz en apoyo a la investigación médica y la práctica de la medicina. La decisión de otorgar esta distinción se tomó el 11 de octubre de 2022, aprobada por la Junta de Gobierno de la Real Academia, siguiendo una propuesta presentada por la Junta Directiva el 6 de julio del mismo año, en estricto cumplimiento de los Estatutos y Reglamento de la institución.
Emotivo acto de entrega de la Medalla de Honor
El presidente de la RANME, el Profesor Eduardo Díaz-Rubio, tuvo el honor de otorgar personalmente este reconocimiento durante un evento que tuvo lugar en la sede de la academia en Madrid. El Profesor Pedro Guillén García, miembro académico de la RANME, resaltó la gran relevancia de las acciones filantrópicas emprendidas por la Fundación Koplowitz, ya que estas acciones constituyen un auténtico estímulo para la sociedad al contribuir al enriquecimiento cultural, al avance en el ámbito sanitario, a la innovación, a la investigación y al bienestar social del pueblo español. Además, el Profesor Guillén hizo hincapié en el extraordinario compromiso de la Fundación con el respaldo a investigaciones en diversas disciplinas, incluyendo la donación de equipamiento quirúrgico como el robot Da Vinci entregado al Hospital Clínico San Carlos en 2006.
Discurso de agradecimiento de Esther Koplowitz y Romero de Juseu
“Excelentísimo Señor Presidente de la Real Academia Nacional de Medicina.
Excelentísima Señora Presidenta de la Real Academia de la Historia.
Excelentísimos señores académicos.
Señoras y señores.
Mis primeras palabras son de profundo agradecimiento a la institución que me ha entregado este reconocimiento. Es un grandísimo honor recibir esta medalla, pero me atrevo a aceptarla en nombre de todas aquellas personas a las que haya podido ayudar a través de la medicina a lo largo de mi vida.
Debo decir que me impresiona enormemente ser objeto de este reconocimiento por parte de esta Academia que tiene su origen en el Madrid de mediados del siglo XVIII, convirtiéndose en la actual Real Academia Nacional de Medicina en 1861.
En especial, quisiera agradecer vivamente la generosidad con la que se ha expresado el académico Pedro Guillén para apoyar la concesión de esta distinción.
Comenzaría expresando mi extraordinario respeto por la milenaria profesión de médico, haciendo referencia a uno a quien mi padre mencionaba cuando nos transmitía a mi hermana y a mí con éxito su obsesión por la higiene.
Me refiero a Maimónides, quien impartió sus enseñanzas hace casi mil años, en muchos casos adelantándose siglos a su tiempo, y escribió un total de 10 tratados sobre la medicina. Particularmente interesante resulta su tratado sobre la higiene, donde recomienda el baño frecuente, ocho horas de sueño, ejercicio físico y da reglas para una alimentación saludable, mencionando ya entonces la eficacia terapéutica del caldo de pollo. Sus palabras «Por eso el hombre ha de apartarse de aquellas cosas que dañan el cuerpo, usando aquellas que pueden sanarlo y fortalecerlo», tienen absoluta vigencia hoy en día. O su énfasis en la medicina preventiva al decir: “la orientación del hombre sano con el fin de que no contraiga enfermedades es mucho más importante que la curación del enfermo”.
Hace muchísimos años, siendo una niña, fue mi madre quien despertó en mí la vocación de ayudar al ser humano. Solía ir con ella los días de Nochebuena a visitar las residencias de mayores, llevándoles unos regalos y acompañándolos en esos días. Y eso hizo que percibiera desde la niñez la imperiosa necesidad de ayudarles, mejorando su situación y su estado de ánimo, lo cual debería conducir a mejorar su salud, elemento que es esencial en la vida de dicho colectivo. Descubrí que sólo al cogerles una mano con cariño y amor su actitud cambiaba, y también todo su organismo respondía positivamente. Era algo…realmente mágico.
Se vivía entonces una época de penuria y escasez, por lo que toda ayuda parecía poca. Y esa sensación generó en mí, cuando las circunstancias me lo permitieron, un deseo de ayudar que me llevó a actuar en diversos ámbitos, generalmente relacionados con la salud de los mayores y de las personas con distintas capacidades. Muy pronto, decido dirigir buena parte de mi actividad filantrópica hacia la medicina, y concretamente hacia la investigación biomédica, a sabiendas de que el recorrido entre la inversión en investigación y la recogida de sus frutos es un camino largo e incierto.
Me ayudó a tomar esa decisión el poder de persuasión de médicos ilustres, entre los que quisiera citar al anterior Presidente de esta Real Academia, el profesor Joaquín Poch Broto, así como a los académicos Guillén, Arango, Fernández-Cruz en Madrid, y muy especialmente al doctor Rafael Echevarría de Rada. También en Barcelona al doctor de Lacy y al profesor Vicente Arroyo en Barcelona.
Quisiera subrayar mi deseo de continuar la labor filantrópica realizada en la medida de mis posibilidades, apoyando nuevas iniciativas que puedan ayudar al avance de la medicina.
Y termino reiterando mi profundo agradecimiento a esta Real Academia Nacional de Medicina, y muy especialmente a su presidente, el excelentísimo señor don Eduardo Díaz Rubio, por haberme concedido la Medalla de Honor de esta institución.
Muchísimas gracias.”