testimonios
Historias
José Manuel Fernández López
residente, Residencia Nuestra Casa, Madrid
Tengo setenta tres años. No tengo que molestarme por esa pregunta. Nunca la he ocultado.
Durante la niñez, a crecer física y mentalmente, aprovechando todas las dificultades para alcanzar mi madurez plena. A los 17 años ocurrió un hecho que alteró mi placentera vida: murió mi madre. Continué estudiando. El Decano del Colegio de Abogados de Madrid, señor Escobedo, me ofreció su ayuda.
Desde ese momento me convertí en «pasante» del equipo de Abogados del mencionado Despacho. D. José Castán Tobeñas, Presidente del Tribunal Supremo, me apadrinó y me honró con su amistad. Finalicé mis estudios universitarios con gran experiencia en el ejercicio de la profesión.
España estaba en dictadura, yo quería una patria en democracia, Pagué por ello. El desarrollo de mi vida profesional alcanzó triunfos, con ellos el dinero. Me casé, dos hijas fueron el mejor premio. Tengo dos hijas preciosas.
Ignoro las razones que me llevaron a separarme de mi familia. Mi mujer sin igual y mis dos hijas queridas. Las abandoné, escapándome a Ibiza. Intenté iniciar una nueva vida. Mi pasado volvía. Rompí con todo. Comencé a respirar el año 1991, y el 28 de febrero de 2001, me dió el primer «ictus». Luego vinieron otros y otros, así hasta cinco. Primero » La Concha», «La Beata», «mi casa» y la residencia, «Mi Casa», Es el resumen de mi vida actual.
Entré el 21 de junio de 2004. Llevo once años y 10 meses. Recuerdo a las primeras persona que me recibieron cuando entré, doña Virginia, Dª. Raquel, Dª. Angelines, Dª. Lourdes, Dª. Sara, hoy puedo asegurar que son amigas mías.
La jornada de un día laborable, está acomodado, de acuerdo con las necesidades del residente. No me costó habituarme. Desayuno, terapia funcional y ocupacional. Visito la cafetería, donde leo, charlo y comentamos pareceres.
La residencia está muy bien. Puede mejorarse algunos aspectos.
Me gustaría ser más independiente. Doy gracias a Dios por lo que me da. Sueño con una felicidad de fantasía, pero esto es imposible.
Con esperanza de alcanzar la meta prometida.
Creo que la Fundación Esther Koplowitz, con la construcción, equipamiento del edificio resultante y su apoyo constante a las ideas surgidos para su mejora, logra marcar un hito en la vida de la asistencia a los problemas de la «edad de oro».
Gracias a doña Esther, a su familia, a los Voluntarios de FCC, a los Patronos, al grupo Adavir y a los trabajadores.
Contaría hechos puntuales de mi vida, pero no con añoranza sino con optimismo. Pienso que » Agua pasada no mueve molino». Por eso dando gracias por ella, perdón por los errores y el daño que he podido causar, trato de enfrentar cada día nuevo, con el convencimiento de aprovechar las experiencias surgidas. Creo en Dios…
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